
Introducción
La ocupación del territorio al sur del río Biobío después del llamado “Desastre de Curalaba” en 1598, fue de modo específico y paulatino. Desde que Alonso de Ribera comenzara con la creación de la línea defensiva en 1601 fundando varias plazas militares (San Pedro de la Paz, Nacimiento, Paicaví al sur del lago Lanalhue; Millapoa de Nacimiento, Santa Margarita de Austria de Lebu), otros le siguieron, como Santa Juana de Guadalcázar, San Miguel Arcángel de Colcura, san Francisco de Borja de Negrete, santa María de Guadalupe de Louta, todos ellos a lo largo del siglo XVII. De tiempos antiguos solo quedaba en la zona Arauco (1552), fundada, destruida y repoblada en varias oportunidades.
Durante la Guerra de Independencia y Guerra a Muerte (período 1813-1824), fueron protagonistas algunos de ellos, como San Pedro, Santa Juana, Colcura y Arauco. Otros eventos posteriores, como la Guerra Civil de 1859 volverían a la memoria el fuerte de Negrete, destruido ese año y repoblado en 1862.
Paralelo a esto, se dio la llegada por goteo de chilenos por la costa al sur del Biobío, los cuales se fueron instalando en la zona al interior de Arauco como “colonos espontáneos” (es decir, sin seguir una política de Estado formal), quienes compraban o llegaban a acuerdos de palabra con los caciques de la zona a cambio de tierras, para cultivarla y vivir de ellas. Este fenómeno puede rastrearse desde mediados del siglo XVII, y aportó algunas cientos de personas a la zona.
Pero fue el descubrimiento de carbón en la costa del golfo de Arauco en 1845 que hizo que el arribo de nuevos ciudadanos se hiciera masivo, al punto que el Estado debió delegar en su representante local, el intendente de Concepción Rafael Sotomayor, la fundación de dos nuevos poblados mineros: Coronel y Lota (1854). Poco después, Cornelio Saavedra ordenaría fundar Negrete, Mulchén y Lebu (1862), creando las bases de una línea defensiva que dio inicio a la ocupación militar de la Araucanía, proceso que duró hasta 1883, cuando todo el territorio situado hasta Villarrica fue incorporado como parte de la república de Chile, obligando al desplazamiento de miles de mapuches a ambos lados de la Cordillera de los Andes.
De esta manera nos ha sido explicada la ocupación de la Araucanía. El presente minisitio, pretende demostrar que existe un factor adicional que complementa la explicación de este proceso de migración y asentamiento: el ambiental.
Siguiendo los lineamientos del historiador estadounidense Donald Worster (1941) plasmados en su trabajo “Transformaciones de la Tierra” (2008 [1988]) quien plantea analizar los hechos históricos desde el campo de estudio interdisciplinario que ofrece la historia ambiental, considerando tres perspectivas: relación ambiente-sociedad, sociedad-ambiente y percepciones sobre el entorno.
Ocupación espontánea de la Araucanía costera norte (1819-1862): la mirada desde la historia ambiental
Durante años, chilenos de diversa procedencia geográfica se adentraron al interior de la zona en comento buscando probar suerte. Según Luis Ortega, esta era una suerte de comunidad de seres expectantes, es decir, atentos a lo que sus decisiones tendrían como consecuencia. Personas de bien y otras no tanto, se comunicaron con caciques locales para poder arrendar y/o comprar tierras a las comunidades al sur del Biobío, lo que se traducía en una ocupación jurídica (notarial) del espacio, implicando nuevas transformaciones y usos del entorno y de los recursos naturales allí disponibles.
Si bien esto en un primer momento no se notó de forma dramática, pues el uso de leña, agua, y áreas geográficas era dentro de las comunidades mapuches, a medida que el número de chilenos que se refugiaban en Araucanía creció, su presencia sí se hizo notar.
De este modo, las chacras, plantaciones de trigo, viñas, desvíos de cursos de agua, viviendas tipo choza, ruka o casa estilo “occidental” se comenzaron a hacer evidentes, si bien aisladas unas de otras, era innegable que había chilenos en zonas como Arauco, Tucapel o Lebu, por mencionar algunos lugares donde exploradores y misioneros pasaron y dejaron testimonio de haber visto esa realidad.
Las guerras del período (1813-1824) pusieron un alto a estas compraventas, y solo después de ellas el proceso continuó su curso, incrementándose a mediados del siglo XIX. Más fue el descubrimiento de carbón en Coronel, Lota y Lebu entre 1845 y 1862 el que consolidó la presencia chilena en el otrora Lafken Mapu Norte.
Desde aquí, y en breve síntesis, se puede hacer el análisis worsteriano considerando sus tres puntos de análisis.
Relación Ambiente-Sociedad
El entorno que recibió a sus nuevos habitantes no era del todo amigable. Con zonas planas y costeras más bien escasas, es la cordillera de Nahuelbuta la más abundante. Muchas familias se instalaron a vivir en medio de bosques nativos, en sierras, claros de bosques, profundas quebradas, escuálidos esteros en verano que cambiaban a torrentoso ríos en los lluviosos inviernos de la época, con caminos intransitables la mayor parte del tiempo, sin puentes, aunque con abundante leña, agua y comida nativa (digüeñes, piñones, papas, etc.) y exótica (trigo, uva, manzanas, legumbres, etc.) gracias a las cientos de chacras que comenzaron a hacer su presencia en la zona.
Los inviernos eran crudos, lluviosos y fríos. Los caudalosos ríos que de formaban destruían caminos y puentes hechizos (con troncos cruzados); las casas construidas sin mayores técnicas, debían soportar estoicamente los seis meses más duros del invierno, esperando que el viento no las destruyera.
Sumado a ello estaban las consecuentes enfermedades pulmonares, las más comunes de la época, por ese mismo clima. Las enfermedades, por ende, era pan de cada día. Tuberculosis, tos coqueluche, tifus, gripe, eran los males que más afectaban a estas familias. A ellas se sumaban otras causas de muerte: accidentes mineros por derrumbes, explosiones de gas grisú o de largo plazo como la silicosis, fueron costos que debieron pagar cientos de personas que trabajaron directamente extrayendo el carbón de piques y minas.
Relación Sociedad-Ambiente
Pero pese a ello las migraciones siguieron. La presencia humana, antigua en la zona, aunque no masiva ni tan concentrada, dejó una marca más importante con la fundación de los poblados mineros. Tras la fundación de Coronel y Lota en 1854, se dio la ocupación de las playas y cerros cercanos a los minerales, hubo desvíos de cursos de agua para molinos y consumo industrial y humano, corte de bosques nativos, siembras de trigo, uva y sembrado y cosecha de cientos de chacras, construcción de nuevos caminos, puentes más sólidos, muelles carboneros, etc., todo ello aprovechando los recursos naturales y espacios disponibles en el entorno.
La extracción de carbón y la emanación de humo con notables cargas de dióxido de carbono y gas metano provocaron las mayores transformaciones en el entorno natural generando un importante impacto en el medio ambiente, contribuyendo (sin saberlo en aquel entonces) al calentamiento global y al denominado efecto invernadero. Aun hoy es posible ver los cerros de desechos de roca extraídas en los casi 150 años de vida de esta industria que dio trabajo a miles de personas en la zona del carbón, así como también sabemos la existencia permanente de kilómetros de galerías subterráneas que quedarán ahí hasta que la naturaleza diga otra cosa.
Esas personas del ayer que vivieron estos procesos, en particular quienes lo iniciaron como mineros junto a sus familias, debieron cambiar su estilo y hasta su calidad de vida. Mayoritariamente de base campesina, esta mano de obra se cambió a las nuevas villas, debiendo vivir en chozas o en pabellones mineros, sin agua potable, sin alcantarillado, sin luz eléctrica, comodidades mínimas a las cuales hoy estamos acostumbrados, pero estas personas no, lo que sin duda aportó a los continuos reportes de enfermedades del aparato broncopulmonar, tan comunes en aquellos años y que causaron miles de muertes en el período analizado.
Si bien en la época se pensaba que eran los ambientes húmedos los que causaban estas enfermedades, el progreso científico y las investigaciones médicas dieron otra respuesta desde fines del siglo XIX a inicios del XX: eran virus, los que podían ser combatidos por antibióticos a través de pastillas o vacunas. Pero para eso hubo que esperar prácticamente hasta la segunda mitad del siglo XX, por lo que todo lo que pudieron hacer estas personas fue someterse a los conocimientos de medicina ancestral (varios de raíz mapuche) y tratamientos paliativos entregados por los médicos de entonces, siendo el combate contra la viruela el único que se aseguraba un bienestar y cura permanente de los pacientes que se sometían a la inoculación de la vacuna.
Percepciones
Finalmente cabe señalar el ámbito de las percepciones: el discurso común de la época 1819-1862 en comento, era que la naturaleza era hostil y enemiga del desarrollo económico y de la generación de riqueza. Por ello había que controlarla y, eventualmente, destruirla para abrir paso al progreso. De este modo la tala y quema de bosques, desecación de lagunas, ocupación de playas y cerros, el desvío de esteros entre otras medidas, iban en línea con lo que entonces se consideró como parte de la salida de la eterna pobreza heredada desde la tradición colonial, la que debía ser reemplazada por el liberalismo económico, que necesitaba de esas acciones para generar una mayor bienestar a quienes vivían de esas actividades.
Hubo algunas alertas sobre la explotación de los bosques, temiéndose que nos quedaríamos sin un metro cúbico de madera, proponiendo su protección por parte del Estado, pero sin resultados (hubo que esperar al siglo XX). Pero esto es reflejo de una época donde la hoy llamada conciencia ambiental no era parte de la cotidianeidad, no ideas como el cambio climático, calentamiento global ni efecto invernadero. Esos son conceptos modernos, de la segunda mitad del siglo XX y que estamos viviendo en pleno siglo XXI.
Por ende, la ocupación del antiguo Lafken Mapu norte no tuvo conciencia del daño realizado, sino que se guio por lo que entonces era considerado como correcto. De hecho, nuevos pueblos nacieron primero al alero de la minería del carbón y más tarde por necesidad de la explotación forestal, siendo algunos de ellos Curanilahue, San José de Colico, Los Álamos, Tres Pinos, etc.).
Hoy nuestra mirada sobre procesos como los aquí comentados, nos brindan la ventaja del tiempo, de saber qué se hizo y cómo evitar que estas acciones vuelvan a tomarse como “correctas”, a sabiendas que no es así. Nuestra conciencia ambiental, afianzada con ejemplos como los aquí reseñados, debe seguir firme para evitar una catástrofe mundial, aportando con un grano de arena al conocimiento de las acciones llevadas a cabo por quienes nos antecedieron.

Fuentes:
Fuentes manuscritas
“Informe de Carlos Ambrosio Lozier al Intendente de Concepción”, Maqueguay, 30 de julio de 1845. En: Archivo Nacional Histórico, Ministerio del Interior, vol. 196, 1845, sin foja.
“Edificios de Colcura”. En: Archivo Nacional de la Administración, Notarios de Valparaíso, vol. 94, 1852, fs. 525-544.
Fuentes impresas
Ignacio Domeyko. 1846. Araucanía i sus habitantes. Santiago de Chile, imprenta chilena. Disponible en: https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-7855.html
Claudio Gay. 2018. Usos y costumbres de los araucanos. Santiago de Chile, editorial Taurus.
Tomás Guevara. 1902. “Los araucanos en la revolución de 1851 i su séptimo levantamiento de 1859”. En: Tomás Guevara, Historia de la civilización de Araucanía, capítulo III, tomo III, Santiago de Chile, Imprenta, litografía y encuadernación Barcelona, pp. 175-256. Disponible en: https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-631465.html
Pedro Ruiz. 1999 [1868]. Los araucanos y sus costumbres, Concepción, ediciones La Ciudad. Disponible en: https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-9266.html
Libros y artículos
Armando Cartes. 2018. “La ciudad del hollín. Desarrollo industrial y deterioro ambiental en la cuenca del carbón”. En: Historia 396, vol. 8, N°2, Valparaíso, Universidad Católica de Valparaíso, pp. 27-53. Disponible en: http://www.historia396.cl/index.php/historia396/issue/view/21
Pablo Camus. 2006. Ambiente, bosques y gestión forestal en Chile. 1541-2005. Santiago de Chile, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Introducción disponible en: https://www.centrobarrosarana.gob.cl/622/w3-article-56379.html?_noredirect=1
Rolf Foerster. 2008. “Los procesos de constitución de la propiedad en la frontera norte de la Araucanía: sus efectos esperados y no esperados en el imaginario y en la estructura de poder”. En: Cuadernos de Historia, N°28. Santiago de Chile, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, pp. 7-35. Disponible en: https://cuadernosdehistoria.uchile.cl/index.php/CDH/issue/view/4736